Dicen que no solo de recuerdos vive el hombre, pero creo que está bueno de tanto en tanto sentir un poco de añoranza y permitir que las imágenes, las palabras y sensaciones nos abracen de vez en cuando. Miguel Ángel Barnes, dueño de la barbería “La Época”, no sólo brinda a sus clientes y visitantes la tradicional afeitada señorial, sino que también les deja en el rostro esa tibia sensación de la nostalgia. Fui a conocer su local de Caballito, dónde conviven una peluquería masculina, un bar y un museo. Contrariamente a lo que la decoración nos hace suponer, el lugar abrió sus puertas en 1998. En el museo se exhiben objetos de peluquerías utilizados hasta principios del siglo XX, piezas que a su dueño le llevó cerca de siete años poder reunir. En la puerta, un cartel de chapa de loza con una disposición municipal de antaño le da la bienvenida a un ayer que allí se hace presente. Antiguas mesas de madera invitan a sentarse y contemplar las enormes vitrinas agolpadas de reliquias relacionadas al mundo barberil. Uno se siente en una época que no le pertenece, como suspendido en tiempo y espacio. Lo que más impacta al ingresar es una cabina de teléfono muy antigua que aún funciona, un exquisito piano francés de 1907 y mi favorito, una hermosa caja registradora con compartimientos secretos. Los ojos no dan abasto para ver todo lo que hay, el local está repleto de invaluables tesoros centenarios a los que Miguel logró insuflarles nueva vida y así concretar su sueño de recrear la tradicional barbería de Buenos Aires. El Conde de Caballito, como lo conocen los vecinos del barrio, tampoco pasa desapercibido. Su atuendo va en perfecto composé con los tiempos que personifica: atildado chaleco, zapatos de charol y una capa de seda negra. En el salón hombres de todas las edades esperan para cortarse el pelo o acicalarse las barbas y otros simplemente van para compartir un vermú con amigos. El trato es personalizado, como era antes, charlas amenas cargadas de calidez que sin duda marcan la diferencia. Este refugio de recuerdos vivos como me gusta llamarlo a mí, se llevó toda mi atención y sin dudas no será la única vez que vuelva. Muchas gracias Miguel por la amabilidad y por mantener viva la memoria urbana, por poner a nuestra disposición costumbres de otros tiempos que de no haber resurgido nuevamente, jamás las hubiésemos conocido. Me voy feliz y deseosa de que pasen por La Época, les aseguro que van a salir con la misma sensación que yo…con el corazón totalmente impregnado de espíritu porteño.